Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio...
no lo digas.
no lo digas.
Y me pregunto, ¿dónde están esas mujeres que se enamoran de las palabras?
Que te miran y te sientes como una cometa zarandeada por un céfiro de bóreas, que poseyendo la delicuescencia, usan esos vientos para mandar sobre las aguas, dejándolas caer a modo de chispas sobre las palabras escritas en papel. Un papel, que al calarlo huyen de él, como lo hace la tinta etérea de mis palabras afanadas por la lluvia...
Valquirias de escarcha que besan los versos, enamorándose de la belleza sinfónica y meliflua de sus silabas dulces, jugando en un baile sonámbulo de letras y silencios, donde de forma azarosa, descubren delicadas emociones que se encierran en una serendipia de fibras y cuerpos entretejidos.
Cazadoras certeras de románticas e inconscientes limerencias, enamoradas de un amor que no pueden intuir sino trascendiendo los significados de los verbos en una epifanía de símbolos, unicamente representados como presas de la iridiscéncia tonal del silencio.
Sosiegos de silencios en soledad pero débilmente luminiscentes, que al intentar ser pronunciados amanecen como una aurora de tonos insolubles, solo visibles durante el interludio que dura la voz lírica de aquellas guerreras, que observan sin temor, como poco a poco ese silencio desaparece en un efímero arrebol.
Ellas... son ninfas de elocuencia incandescente y volcánica que al conciliar mis sueños, los conmueven y los deleitan, haciendo con ello fluir los vocablos en una efervescencia de inspiración. Son dueñas y musas de las voces, sintiendo y fijando los espacios entre ellas de forma inalterable... y así, convirtiendo cada una de mis palabras, en un desenlace botánico e inmarcesible.
Mujeres solo descritas por lo inefable,
que deben ser amadas sin ningún prejuicio
y con mucha terquedad.