Cuando castigamos el error, obligamos a los niños a mentir, a tener miedo del castigo y más tarde del error.
Les enseñamos a no arriesgar, a ser sumisos, a vivir atemorizados... una condena en una cárcel de oro y seguridad.
Así que cuando veas a alguien que se equivoca y lo reconoce, dale las gracias y comprendelo, porque es un acto revolucionario.
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